Jueves. Llegamos.
Desde el primer paso fuera del avión, Oslo nos recibió con cielos despejados y un fresquito que activó automáticamente el modo "capas de ropa". Poco a poco fuimos llegando todes, entre abrazos, maletas y bromas de aeropuerto. Esa tarde nos esperaba la ceremonia de apertura de la Union Cup, y vaya si fue emocionante. Equipos de toda Europa reunidos en el mismo sitio, con la emoción flotando en el aire.
Tuvimos incluso visita oficial: la embajadora de España en Noruega, Alejandra del Río, vino a saludarnos y a desearnos suerte. Se nos pusieron las botas firmes de la emoción. Después, cena de equipo, muchas risas, y una última reunión con los entrenadores para cerrar detalles antes del primer silbato.
Viernes. Comienza el desafío.
Despertamos sabiendo que todo el trabajo de estos meses se iba a poner a prueba. Y lo primero que tocó fue enfrentarnos a Wessex Wyverns, un equipo rápido y aguerrido. Desde el primer minuto, supimos imponer nuestro juego. La defensa estuvo compacta, el ataque fluyó con ritmo, y conseguimos una victoria muy importante para arrancar con buen pie.
El segundo partido fue contra Lowlanders, los que siempre nos había impedido poder conseguir ninguna copa. Un partido tenso, muy físico, con fases largas y cambios constantes en la posesión. Fue un auténtico pulso mental y físico, pero logramos mantenernos firmes y arrancamos un empate valiosísimo, que nos dio confianza y nos mantuvo bien posicionades en la clasificación.
Cerramos la jornada con una cena muy poco convencional: tocaba liberar tensiones con nuestra ya tradicional noche temática, y esta vez el equipo se transformó en divas. Shakira, Sia, María Isabel, Dora la Exploradora, Cruella de Vil y alguna diva inesperada más se pasearon por Oslo. Elegancia cuestionable, actitud impecable.
Sábado. El punto de inflexión.
El último partido de grupos fue contra Les Gaillards, y ahí nos tocó remar. Sufrimos una derrota dura, pero más que una caída, fue un punto de inflexión. Ese partido nos hizo mirar hacia dentro, ajustar engranajes y reforzar la idea de que el equipo no solo estaba para competir, sino para aspirar a todo.
Desde entonces, algo cambió. El juego fue más sólido, más seguro, más maduro. No volvimos a ir por detrás en el marcador en ningún momento del campeonato.
En semifinales nos tocó bailar con Bristol Bisons. Empezamos marcando el ritmo, pero ellos respondieron con fuerza y llegaron a ponerse peligrosamente cerca en el marcador durante la segunda parte. Fue entonces cuando apareció el carácter de los Titanes: aceleramos, cerramos líneas y terminamos firmando una victoria holgada. Estábamos en la final.
Domingo. La final de nuestras vidas.
La Valhalla Cup nos esperaba. Enfrente, los Kings Cross Steelers, uno de los grandes nombres del rugby inclusivo europeo, con varios títulos en sus vitrinas.
Salimos al campo como una sola alma. Y funcionó. Golpeamos primero, y lo hicimos fuerte: tres ensayos —uno transformado— pusieron el 17-0 en el marcador. Parecía que teníamos el control total del partido.
Pero los Steelers no se iban a rendir tan fácilmente. En la segunda parte, subieron la intensidad y lograron dos ensayos transformados que pusieron un inquietante 17-14 en el marcador. Faltaban seis minutos. Seis minutos eternos.
En ese tramo final, el partido se jugó en nuestra línea de 22. Aguantamos más de diez fases defensivas. Cada placaje era un grito, cada ruck una oración. Y cuando el partido parecía que se nos iba de las manos, llegó el error forzado: un "avant" británico, provocado por la presión brutal de nuestra defensa.
El árbitro pitó el final.
Nos miramos. Y explotamos.
Gritos, lágrimas, abrazos, cuerpos al suelo, risas nerviosas. Éramos campeones de la Valhala Cup. Por primera vez, Madrid Titanes levantaba un título en la Union Cup. No solo por el resultado, sino por el camino. Porque aprendimos, sufrimos, crecimos y terminamos tocando el cielo nórdico.
Volvimos a casa con agujetas hasta en las pestañas, pero con algo que va más allá de un trofeo: un recuerdo imborrable, compartido, marabillOslo.
La ceremonia de entrega de premios fue el broche de oro que necesitábamos para asimilar lo que habíamos logrado. Cuando anunciaron nuestro nombre como campeones, el grito fue unísono, como si todo el viaje explotara en ese segundo. Subimos al escenario con una mezcla de incredulidad, orgullo y pura euforia. Algunos lloraban, otres reían sin parar, y más de uno bailaba con el trofeo en alto como si no hubiera un mañana. Nos abrazamos mil veces, hicimos fotos que se van a enmarcar para siempre, y brindamos por cada ensayo, cada placaje, cada decisión que nos llevó hasta ahí. Fue una noche de alegría desbordante, de comunidad, de celebración con el resto de equipos, sabiendo que habíamos escrito una página inolvidable en la historia de Madrid Titanes.
Y así cierro este diario, con la voz aún ronca de tanto gritar, las piernas cansadas y el alma llena. En Oslo corrimos, luchamos, caímos, nos levantamos y al final, alzamos el cielo con las manos. No fue solo un torneo. Fue un viaje, un latido colectivo, una historia que vamos a contar mil veces. Porque en esta Union Cup, Madrid Titanes no solo jugó... dejó huella.
Diario de un viaje maravilloso